Cuesta horrores escribir acerca de una película que, acabado el embargo de Warner, ha cosechado críticas tan unánimes, y más aún si la tuya es una de las que se unen a esa ola de alabanzas. Cuesta si la impresión general de la película ha sido tan buena que hasta con sus pequeños e inevitables defectos no puedes encontrarle “peros” reseñables. Cuesta, pero es que Mad Max. Furia en la carretera es la película de acción que la industria necesitaba.
El mejor tráiler del año con diferencia nos trae de nuevo a Max Rockatansky (Tom Hardy), un hombre solitario en mitad de un desierto postnuclear y al que le persiguen y atormentan los fantasmas del pasado. En mitad de este mundo infernal y arenoso, Max se verá involuntariamente involucrado en la rebelión de la Emperatriz Furiosa (Charlize Theron) contra el déspota Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), amo y señor del que parece ser el último reducto habitable del planeta. Este punto de partida y los continuos flashbacks de Max a lo largo del film son el único nexo de unión entre la saga original y esta entrega, de la que más que remake o reboot podría referirse como revisión por parte de un director que treinta años después de su última incursión en la saga y con unos medios más democratizados ha podido recrear mejor su visión del apocalíptico paraje mostrado por primera vez en El guerrero de la carretera.
Con la traición de Furiosa como desencadenante, la película aprieta el acelerador y ya no se detiene hasta los créditos, siendo los veinte primeros minutos de metraje pura adrenalina de la mejor clase. Miller se dedica a mejorar, pulir y dar un acabado perfecto a sus secuencias de acción, y es que prácticamente toda la película es una persecución a través de un mundo devastado donde los únicos reductos de seguridad se encuentran bajo una carrocería oxidada y sobre cuatro ruedas, o en un lugar donde los recursos naturales más básicos son controlados a través de la fuerza por un tirano. Si bien este dominio de castas ya había sido explorado en las anteriores películas, en esta ocasión Miller no anda corto de recursos y es capaz de construir de una forma más global el universo en el que se desarrolla la historia, creando una mitología completa a base de elementos lingüísticos, automovilísticos y hasta corporativos (referencias a McDonald’s y Coca Cola incluidas). El mundo de Mad Max nunca había sido tan completo, y a ello ayuda todo el conjunto de elementos formales y estilísticos de la cinta, empezando con una fotografía de colores saturados y seguido por una banda sonora machacona que acompaña a los mejores momentos. Aquí es imprescindible hacer una mención al uso del CGI en la cinta, reservándose este para momentos en los que, en palabras de George Miller, “era materialmente imposible rodar de la manera tradicional” y estando muy bien integrado en los momentos cumbre. El montaje también es vertiginoso y se adecua a la cinta en cuanto a su carácter caótico y desenfrenado y dando un golpe en los morros a cualquier cinta de acción actual. Con esto me refiero a que cuando hay acción, explosiones, persecuciones, disparos y peleas, en todo momento eres consciente de lo que está sucediendo y de la posición de cada personaje en la secuencia. Por tirar de comparaciones odiosas, el montaje y planificación de Furia en la carretera es tan cuidadoso que aporta un caos mayor que el de Fast and Furious con el doble de clase y elegancia.
Por otra parte están los personajes. Tom Hardy, por empezar con el que da nombre a la cinta, toma el relevo de Gibson y aporta a Max mayor carisma que este último (bien es verdad que con mayor experiencia actoral que Gibson por aquella época). El Max de Hardy es maduro, es ya el guerrero de la carretera que todos tenemos en mente aun sin lucir las canas a los lados y es capaz de ser ese jinete solitario sin imitar el rol del referente clásico. Sin embargo, quien sostiene el mayor peso de la película en términos narrativos es Furiosa. Theron hace un papel visceral y crea un personaje femenino que se aleja del mero papel accesorio en personajes de esta índole. Furiosa tiene un objetivo y Max simplemente le echa una mano, nunca es una mujer en apuros como sí lo son las mujeres a las que escolta (y que, ojo, también evolucionan de una manera brutal) y es capaz de enfrentarse a los peligros con mayor ahínco y determinación que el héroe, incluido el aterrador villano de la función, un malo de los que hacen historia y al que aporta voz y (medio) rostro Hugh Keays-Byrne, quien ya fuera villano principal en Salvajes de autopista. También es destacable el papel de Nicholas Hoult como Nux, regalando uno de esos secundarios de lujo y robaescenas.
Pasando casi de puntillas, un pequeño apunte sobre el contenido “feminista” que se ha achacado a la cinta, que no es sino un mensaje de justicia universal por parte de unos personajes que sí, resultan ser mujeres, y que aprenden a ser fuertes en un mundo dominado mayoritariamente por hombres. Este supuesto “caballo de Troya”, como se ha llegado a decir, no resulta sino gratificante de ver en una obra con tintes de blockbuster que trata a sus personajes femeninos como individuos fuertes, capaces de hacer frente a las adversidades de un mundo en el que el dolor forma parte del día a día. Este último punto reseñable no hace más que añadir una característica más al conjunto de la cinta, convirtiéndola en un producto de múltiples visionados y lecturas además de un producto sumamente entretenido. Es curioso que en plena era de superproducciones donde los cada vez mayores presupuestos empiezan a convertirse en una lacra para la industria tenga que llegar un director de 70 años a demostrar a los Zacks Snyders de turno cómo sacar el máximo rendimiento a un presupuesto y hacer una película memorable. Si Warner fuera lista saldaría la deuda con George Miller y su fallido intento de sacar adelante la película de la Liga de la Justicia. Furia en la carretera demuestra que la vieja escuela puede darles mil vueltas a los nuevos directores de cine de acción actuales. En un mundo perfecto, Warner saldaría su deuda con George Miller.
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