En It Follows (David Robert Mitchell, 2012) parecen convivir lo viejo y lo nuevo. Un imaginario que resucita una década pasada (la de los 80) soltado en mitad de un mundo contemporáneo y ver las tensiones que se originan con toda naturalidad. Esto, por supuesto, no es tan sencillo, pues It Follows es pura sofisticación. Cualquiera que haya seguido con una cierta asiduidad las producciones recientes del género en los últimos años habrá visto que entre la perpetua moda de los remakes ha surgido otra más pequeña, alejada de las grandes productoras, pero infinitamente más interesante, con un intenso interés en saltarse el mero homenaje de la cita para enfatizar las constantes que encontrábamos en las películas. No, no es una simple colección de citas y de bombardeo de referencias para aumentar el ego del espectador docto, sino que algo que comparten películas prácticamente coetáneas como The Guest (Adam Wingard, 2014 -que no en vano, comparte protagonista- es haber absorbido tal cantidad de ejemplos que funcionan más como películas tesis sobre una época concreta.
David Robert Mitchell ha dado un paso más allá y ha creado un mundo concreto e intransferible. El lugar donde se acomete la narración solo podría ocurrir aquí; este mundo solo tiene dos tipos de habitantes: los protagonistas de la historia… y los demás. Los primeros son aquellos que integran el círculo cercano, adolescentes y jóvenes de apenas veinte años y los segundos son fantasmas que a menudo hacen bulto o aparecen como maniquíes de fondo, indefinidos, a la espera de que algo les haga resaltar. En lugares concurridos como la cola de un cine o su recepción, solo se escucha a los personajes con relevancia. No hay ruidos de conversación ni tampoco efectos de sonido. Cuando estos ocurren se sienten como una agresión del exterior en un pequeño mundo para nada ideal. El mundo de Robert Mitchell es una depuración formalista hasta la abstracción absolutamente supeditado a su autoría y a cómo su cámara decide mostrar y delimitar lo que considera importante y marca los detalles: una verja abierta, unas amigas viendo una vieja película en una televisión de tubo mientras una de ellas usa un aparato mezcla de tablet y de espejo de mano.
It Follows es muy bella, una pieza de orfebre, una obra tallada con un cincel. Todo parece en su sitio, milimétrico, pero también artificioso, excesivamente consciente y poco natural. Esto es habitual en este tipo de producciones y no conviene olvidarlo. El prólogo contiene un largo y sencillo plano secuencia. A lo lejos una joven sale corriendo de su casa; huye de algo desconocido e invisible, arranca su coche y se va. La siguiente secuencia es la de ella “despidiéndose” de su padre. Y la siguiente es ella muerta en la orilla de la playa con los huesos de las piernas descoyuntados. De ahí en adelante comienza la historia principal en la que Jay, después de acostarse con un chico descubre que ha sido usada por este para librarse de una maldición transmitida -esa es la palabra: “transmitida”, no propagada- por vía sexual (más bien es el joven el que se lo muestra para que tenga la oportunidad de continuar la cadena y no le vuelva a él). Esta maldición permanece invisible a todo aquel que no ha sido contagiado y toma forma de humanos espectrales que lentamente caminan hasta alcanzar a su objetivo y destruirlo. Jay, una vez marcada, comienza a ver que la advertencia era real y solo le queda alejarse cuanto pueda y esperar a que aparezca de nuevo, acompañada por sus amigos y familiares (todos con una edad similar a la suya). O también tiene otra alternativa: transmitir la maldición a otro, tal como le sugirió quien se lo pasó a ella y que la cadena continúe. La oportunidad de librarse es avanzar. No se da reflexión o investigación sobre qué es lo que ocurre, solo ocurre.
Un indicador de que Robert Mitchell no ha dejado ni un segundo sin pensar sobre la idoneidad de cada momento es la cuerda de ambigüedad sobre la que se balancea. ¿Qué es eso que les sigue? Se transmite como una ETS, persigue a quien está contagiado hasta matarlo. Cómo lo hace se nos ahorra. La distancia entre los personajes, la ausencia de toda entidad ajena a los ellos, en especial adultos, un mínimo uso del fuera de campo o, incluso, la poética que quiere alcanzar uniendo silencios con un envoltorio de pequeño cuento críptico, de los que no dan respuestas. Todos estos elementos están cargados de contenido a veces demasiado evidente, hasta su convicción de las emociones soterradas, de gran historia de amor inmersa en un lugar tan distinto al nuestro y tan pleno, tan vacío.
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