sábado, 20 de junio de 2015

Cine Geek

Durante el maravilloso periodo de tiempo comprendido entre finales de los 80 y principios de los 90, que dio a luz a muchas joyas del estilo de Danko, calor rojo  o Rocky IV, surgió un villano que tras nombres acabados siempre en “-inov” y “-chenco” escondía siempre la figura del demonio ruso (o de influencia soviética) duro, frío y malo, muy malo. Visto en perspectiva lo podemos llegar a entender, con los últimos coletazos de la Guerra Fría entre las dos grandes superpotencias de la época: EEUU y la URSS. Esa tendencia que nos regaló villanos desde histriónicos hasta memorables parece haberse reactivado en el cine estadounidense y haber vuelto a revivir al malo que, en el caso que nos ocupa, vuelve a ser soviético.

El niño 44

El niño 44 (2015) nos sitúa en la Rusia comunista en plena era de Stalin y lo hace desde el punto de vista de Leo Demidov (Tom Hardy), un héroe de guerra convertido en guardia de seguridad que será acusado junto a su mujer, Raisa (Noomi Rapace), de un falso delito de traición, viéndose ambos obligados a huir a las montañas para escapar de la represión del régimen. Sin embargo, Leo no podrá mantenerse al margen ante una oleada de asesinatos de niños que le pondrá tras la pista de un terrible ser al mismo tiempo que pone en peligro su vida y la de su esposa y es testigo en primera persona de la decadencia del régimen. La película, de la que se llegaba a decir que sería una mezcla entre Doctor Zhivago y El silencio de los corderos, acaba navegando, o más bien naufragando, en tierra de nadie mientras hace de cada uno de sus actos un ejercicio tedioso de falta de ritmo y, sobre todo, material desaprovechado. Si se le puede sacar algo en común con la cinta de David Lean es la occidentalización del casting que, desde que Mel Gibson y Quentin Tarantino decidieran hacer hablar a sus actores en el mismo idioma que sus personajes hablarían, llega a rozar el ridículo en el que caían las producciones anteriormente citadas, pero sin la mitad de gracia de la que éstas hacían gala. La presencia de Rapace y Joe Kinnaman parece más un intento de matizar un reparto predominantemente británico con actores no angloparlantes siguiendo el mismo esquema de que si los españoles pueden hacer de mexicanos, los suecos pueden parecer rusos. También es verdad que no sería justo menospreciar la labor de Tom Hardy en el papel protagonista y, sin embargo, el actor parece adolecer del mismo problema que el film, y es de un guión que simplemente no sabe hacer funcionar la gran historia que tiene como material de base.

El niño 44

Es posible, sin embargo, encontrarle algunas virtudes al film aparte de las actuaciones de algunos de sus actores (hasta Gary Oldman, que aún en piloto automático es una bestia parda de la interpretación), tales como la forma de contextualizar y retratar el régimen estalinista y el ambiente imperante de paranoia, desconfianza, frialdad y miedo, o la introducción de la subtrama del asesino de niños y el misterio que ello conlleva, basada en la espeluznante historia de Andrei Chikatilo. Sin embargo, resulta muy difícil evadir el problema del ritmo de la película y lo mucho que tarda en entrar en faena, haciéndose eterno el momento en el que sabemos cuál va a ser el conflicto principal. Hardy y Oldman, que sostienen la cinta en su segunda mitad, hacen lo que pueden por mantener a flote el metraje con sus actuaciones, interpretando a unos personajes dignos en una sociedad y un momento de la historia no tan dignos, y la fotografía recrea una atmósfera cargada de pesimismo y desesperanza que, no obstante, parecen ser más un envoltorio bonito para un regalo decepcionante que un pilar sobre el que sostener la película. Es aquí donde más se nota el potencial perdido de esta adaptación de la obra de Tom Rob Smith y que no termina nunca de despegar ni cumplir la promesa de su argumento.

En definitiva, El niño 44 resulta un intento fallido más de llevar a la gran pantalla una novela de éxito siguiendo una fórmula impersonal de mano de un director que parece no encontrar un sello propio y que corre peligro de convertirse en un mercenario más de la maquinaria de Hollywood. Es curioso, sin embargo, el rechazo que la cinta ha suscitado en terreno estadounidense donde las críticas la han masacrado pese a tratar el tema del viejo archienemigo del país. Es curioso como, tras los Wikileaks y Snowdens, quizá el antiguo héroe se ha visto reflejado a sí mismo en ese viejo estalinismo de los años 50. Curiosa coincidencia dirán unos. Justicia poética podrán decir otros.

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