miércoles, 17 de junio de 2015

Cine Geek

Tiempo ha pasado ya desde que Will Ferrell comenzó a granjearse un nombre y una imagen en la mente del espectador norteamericano (en España debemos conformarnos con lo primero) asociados a un sello más o menos personal de entender la comedia, caso que se ve en las obras en las que tiene a bien aparecer -también más común fuera de nuestras fronteras donde la película nace o se adapta a la figura del cómico-, con una fuerte inclinación a la sátira salvaje de los defectos y vicios en los que la sociedad yanqui se recrea… y al mero absurdo. Quizá por eso su alcance en España ha sido más bien limitado y solo ha trascendido cuando abandonó su factoría habitual. Pienso en Melinda y Melinda (Melinda and Melinda, 2004, Woody Allen), la enésima “mejor película de Woody Allen desde…” o Embrujada (Bewitched, Nora Ephron, 2005). Como contrapartida, las más distanciadas culturalmente (es una mentira, son muy cercanas a nosotros) se estrenan de corrido, unas detrás de otras, gustan más o menos igual y se venden igual; comparar Dale duro (Get Hard, Etan Cohen, 2015) y En campaña todo vale (The Campaign, Jay Roach, 2012) da un poco de sonrojo por la altura de una y otra. Pero la situación va a peor.

Dale duro

Dale duro pertenece al amplísimo segundo grupo. Obras con su propio modelo de producción, sus propios nombres (actores, directores, guionistas), retroalimentadas entre sí. Lo que se llama crear grupo, apoyo, agruparse. Algo que todavía no tenemos tan claro en España como acto imprescindible en la creación para facilitar la creatividad. Francia, mismamente, con ese género indestructible que son sus comedias, o Japón, país de gran tradición de cómicos. En cierta medida Dale duro bien podría ser el reverso de Los otros dos (The Other Guys, Adam McKay, 2010), la buddy movie de Ferrell, que aquí ofrece el otro lado de la dicotomía: hombre rico, hombre pobre, que como es usual es el hombre blanco y hombre negro. Ferrell, por supuesto, es un hombre de éxito, casado con la hija de su jefe y que ha hecho su fortuna con la pura y dura inversión de aire. Dinero invisible para un trabajo invisible.

Su opuesto, Kevin Hart, en cambio es un hombre modesto que trabaja día a día en una escasez que no le permite progresar. Sus planes son superiores a lo que puede conseguir. Mientras que para uno el trabajo apenas parece más que un pasatiempo con el que no es difícil conseguir millones, el otro no puede algo conseguir algo mucho menor en cifras (en términos porcentuales puede resultar imposible). Cuando Ferrell queda acusado, detenido, condenado a prisión de forma injusta y con mes de libertad antes de un futuro de años encarcelado y abandonado por su esposa y su suegro siente peligrar su vida y solo ve como tabla de salvación entrenar hasta pasar como un preso más en la cárcel y sobrevivir.

Dale duro

A diferencia de otros cómicos, la irregularidad de Ferrell es imprevisible, su humor no pierde frescura y las obligaciones de adaptar los gags a su terreno no suele ir mal (sus personajes bordean o se zambullen en la idiotez, los chistes se estiran y retuercen y cuando parece que se queman, se les suma otra línea de diálogo como prueba de ver dónde se puede llegar) e, incluso, el hecho de que cada película deba ir a un género, subgénero o apunte a parodiar demuestra inquietud. Un planteamiento como tal está más que sujeto a la calidad de su guion, al acierto en el desarrollo de una mínima y previsible historia que se desarrolla sin apenas percibirse, entre broma y broma, y a amoldarse al propio protagonista a la vez que el protagonista se amolda a lo escrito y ante la que resulta evidente que no se han tomado con mucho esfuerzo. Hay unos cuantos chistes que sí son buenos o muy buenos -gran parte de las pruebas del entrenamiento y las réplicas verbales, racistas y provocadoras en un lado, y de incredulidad en otro, tienen su gracia- y una gran sensación de que esta es otra fecha de calendario que cumplir, y que la marca se convierte en fórmula. No hay alarma, es irregular y si miramos hacia delante y hacia atrás, no significa nada.

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