Crítica de ‘El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares’
Mal que nos pese, la mejor versión de Tim Burton sigue parpadeando tímidamente para desaparecer a los pocos segundos. Cuando se anunció que su vuelta a la gran pantalla sería con El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares -una historia en origen literaria (Ransom Riggs), que bien podría funcionar como una descripción de las aspiraciones fantásticas del director en su niñez- el indicador del fan service se disparó hasta cotas inalcanzables para los cineastas mortales. Su oscuridad volvería a través de fotografías tétricas y el semblante de una Eva Green que venía de realizar la cuadratura del círculo en Penny Dreadful. Nadie quedó indiferente cuando Burton reveló que la gigantesca ola que estaba componiendo podría ser, bajo capas de color y entretenimiento, la proyección de su infancia en los niños de la historia -es decir, no pisar fuera de su territorio porque, no nos engañemos, eso es lo que ha hecho durante toda su carrera. Nunca fue un gran narrador -exceptuando en sus dos obras maestras: Big Fish y Ed Wood-, por lo que tal y como indicaba la previsión, su nueva ambición ha quedado reducida a un simulacro donde todo está en su lugar, siendo ese el principal problema. Los elementos nostálgicos con el sello autoral intacto se suceden continuamente, pero ello no quiere decir que sea una conquista absoluta; habrá quienes defiendan su conformidad, pero quizá eso no fuese lo que necesitaba ésta historia. Mejor dicho, quizá la de Miss Peregrine no fuese la historia que necesitaba Burton.
El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares es, sobre todo, un cuadro con sus trazos perfectamente delimitados. El director pinta un retrato con la rebeldía que siempre ha reivindicado, y en torno a ella gira el subtexto con la actitud de un satélite que quiere alterar su órbita, pero la física se lo impide: en lo diferente habitan todas las herramientas para cambiar la dinámica del mundo. Desde la primera aparición de Asa Butterfield, la cinta revela con una claridad meridiana que no pretende abandonar su zona de confort. “Aquí, entre peculiaridades y diálogos monótonos, vamos a componer imágenes tan grandes como la vida para que no descubras nuestro secreto y no puedas decir que no lo avisamos”, parecen decir los personajes cada vez que hacen acopio de responsabilidad y salvan sus performances. Esos pequeños con taras fantásticas hacen latente la contradicción entre la pretenciosa y simplona verborrea de la guionista Jane Goldman -idéntica a la de Riggs- y la poética visual de Burton. Aunque quizá lo que más duela de todo ello sea la decisión por apartar a Green buscando una conclusión rupturista; si Miss Peregrine no existe, nadie puede robar protagonismo a lo que verdaderamente importa: el trasfondo personal de los niños. Razón sobradamente excusable hasta que la torpe introducción del tercer acto confirma lo que tan alto nos estaban gritando desde el otro lado de la pantalla: la psicología de los personajes queda ausente, en favor de una batalla -homenaje a Ray Harryhausen incluido- errática la mayor parte del tiempo.
De espejo y reflejos, El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares revisa ideas de Big Fish, con un realismo mágico establecido en su mejor registro, sin alejarse de las creaciones que han convertido a Burton en un titiritero contemporáneo. Sin embargo, esos destellos de genialidad expresionista y gótica se diluyen al incorporar elementos efectistas para recrear a los villanos, un mal necesario para la continuidad narrativa -que aquí se le concede la máxima expresión del síndrome burtoniano: ser comercial desde lo pintoresco. Casi sin querer, el director de Frankenweenie pretende despejar las dos incógnitas de la ecuación con un golpe de efecto que solape la falta de profundidad del relato con imágenes coloristas, densas y diseñadas desde la fascinación que siempre ha sentido por los incomprendidos. Planos que exudan emotividad para componer una oda a las rarezas del ser humano, un dramatismo rabioso que, sin embargo, deja al descubierto su falta de contundencia narrativa. Sin entrar en la disquisición que compete a (su carencia de) originalidad, en ésta nueva epopeya fantástica vive la sensibilidad de Burton, sí, pero repartida de forma dispersa.
Lo que necesitaba el director de clásicos como Eduardo Manostijeras o La novia cadáver era una historia con trasfondo argumental innato, para no tener que preocuparse por narrar forzadamente y dedicarse, simplemente, a empastar sus composiciones con el reclamo y la moraleja final. Pero, en lugar de eso, El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares se traduce como una representación de un grupo de amigos imaginarios que, mientras recuerdan las facciones del niño que juega con ellos desde el otro lado de la realidad, tienen que enfrentarse al dolor que le supone el despertar de ese pequeño para ir al colegio y olvidarles durante, al menos, seis horas. Una lástima que Burton se haya dejado convencer por el entretenimiento del sueño, en lugar de mostrar el dolor de la espera.
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