Cuando vamos al cine a sentarnos delante de la pantalla, uno de los motivos que hacen que nos sintamos atrapados por la historia que estamos contemplando es que de alguna manera nos vemos reflejados en los personajes de la película. Si eres un profesor madurito de Cambridge que se acuesta con sus alumnas de veinte años y se va a vivir a una mansión en Los Ángeles tras dejar embarazada a una de ellas, quizá logres sentir algo de empatía, pero es altamente improbable que seas uno de esos afortunados.
La película El marido de mi hermana (How to Make Love Like an Englishman, Tom Vaughan, 2014) cuenta con un reparto de actores conocidos y exitosos. Pierce Brosnan, Salma Hayek y Jessica Alba interpretan a los tres personajes en torno a los que gira la trama principal para crear una anodina comedia romántica al más puro estilo del cine comercial estadounidense.
Y es que solo los estadounidenses son capaces de gastar ingentes cantidades de dinero en producir un filme que es una oda a la ostentación económica, donde actores que ya no necesitan esforzarse representan a personajes arrogantes, tan físicamente atractivos y seguros de sí mismos como vacíos de contenido, para lanzar un mensaje al espectador, Carpe Diem, que ya se ha dado en cientos de ocasiones con mucho mayor acierto en películas que, a diferencia de esta, tienen pertinencia en la relativamente corta pero intensa historia del cine. Es un lema que podía escucharse en la película El club de los poetas muertos dirigida por Peter Weir y con Robin Williams como actor principal, por citar alguna.
Pero aquí las comparaciones son odiosas, ya que las referencias al amor por la literatura y hacia la actitud romántica quedan en un plano anecdótico siendo mencionadas para crear la apariencia de que la película tiene algo de profundidad intelectual. No es suficiente solo con mencionar a Lord Byron para despertar un estímulo en el intelecto de nadie, pero queda “como más culto”.
No obstante, si como espectador lo que buscas es pasar un rato entretenido mientras observas desfilar por la pantalla a una exuberante Salma Hayek y a un azotado por el paso del tiempo pero aún digno Pierce Brosnan, para recrearte la vista y escuchar alguna ocurrencia graciosa del niño o el abuelo, que son los que dan el punto de humor a la película, al menos no te llevarás una decepción en este aspecto.
Yo no pagaría por ver esta película en el cine, pero si decides hacerlo, en versión original resulta algo más interesante, ya que es curioso escuchar alguna que otra palabra en español. Nuestro idioma ahora se ha puesto de moda entre los americanos, igual que el inglés en los años 90 en España, cuando nos sentíamos más modernos llamando walkman al radiocasete o sandwich al bocadillo de Nocilla de toda la vida.
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