Chronicle (2012) fue la quizá no brillante pero desde luego sí estimable carta de presentación de un joven llamado Josh Trank, quien, con un bajísimo presupuesto pero atractivos planteamientos, logró hacerse un hueco en la industria y labrarse un nombre que podría asemejarse a un Joss Whedon 2.0 (salvando las distancias). Hasta hace un tiempo, era el hombre encargado de relanzar la franquicia marvelita de los Cuatro Fantásticos y, a su vez, con posterioridad, también dirigiría uno de los esperados spin-off de Star Wars… Como se ha dicho, hasta hace un tiempo, porque tras el descalabro crítico y taquillero de su Cuatro Fantásticos (2015), el blockbuster más caído en desgracia de los últimos lustros, ha sido apartado (voluntariamente o no, versiones hay para todos los gustos) de la saga espacial.
Casi podría decirse que nunca antes una película tan vilipendiada (viene irremediablemente a la memoria la inmunda Dragonball Evolution), tanto por la crítica como por el público, había levantado tanta expectación (o, mejor dicho, tanto revuelo), del mismo modo que nadie esperaba que el reboot de uno de los cómics de Marvel peor llevados a la gran pantalla hasta el momento, en esta ocasión bajo la batuta de un presumible talento en ciernes, tuviera semejante acogida. Bien podría decirse que es un proyecto que nació muerto, habiendo sido, según numerosas fuentes, un rodaje muy problemático, a cuya finalización surgieron aún más polémicas hasta de debajo de las piedras, en las que unos aseveran el carácter despótico de Trank, al tiempo que éste vertió su ira en las redes sociales contra Fox, renegando de su trabajo y revelando que fue alterado sin su consentimiento. Tan imposible resulta conocer desde nuestra posición con exactitud las diversas coyunturas que originaron esta debacle como fácil es advertir que, en sus poco más de 90 minutos de metraje, tampoco hay nada que nos permita intuir un posible proyecto frustrado con mejores mimbres. La sensación que desprende, ni más ni menos, es la de haber visto una película que se hizo por hacer, carente de cualquier ambición artística… o de ambición a secas. Sin cariño ni carisma ni sutileza, la obra de Trank no es el bodrio tan aberrante que muchos cacarean, aunque quizá sea algo peor: un trabajo realizado desde la más absoluta desidia que suscita penosas incógnitas en el espectador, incapaz de entender el por qué de su simple existencia.
Todo lo acontecido mantiene un rictus serio, del gusto nolaniano pero sin sustancia, impermeable al humor, y tarda tanto en arrancar que uno se pregunta si realmente llega a hacerlo en algún momento. Tras una introducción que abarca la mitad de la película, los sucesos subsiguientes, narrados entre bruscas y desconcertantes elipsis, se suceden atropelladamente para dar paso, a priori, a una acción que nunca llega a puerto, a excepción de un clímax final de cinco minutos al cual denominar clímax es incurrir en un grave error de carácter semántico. El villano, más desaprovechado incluso que en la cinta de 2005; los actores y personajes, más desubicados que un rinoceronte en el metro de Londres; las explicaciones, motivaciones o sentimientos en torno a trama o sujetos varios, molestias irrelevantes que no tienen cabida en tan escueto metraje. Y lo peor sucede al final, cuando el guión acude al humor que había obviado sin despeinarse, al guiño cómplice, a una empatía, en definitiva, que no se ha granjeado con anterioridad: la música sube, las luces se encienden, y la vergüenza ajena hace su aparición de imprevisto. Son cuatro, pero nada fantásticos, y el problema más trivial reside en la raza de uno de los protagonistas. La cuestión que debería cabrear no ya sólo al fan comiquero, sino al cinéfilo medio también, es la sensación de que ya todo vale en la industria para vendernos la moto. Y con el recuerdo tan próximo de la refrescante Ant-Man, la ingrata sensación se acrecienta desde la distancia.
Un serio traspié dentro del universo cinematográfico de Marvel (de la mano de Fox, no lo olvidemos, quienes definitivamente no atinan con Mr. Fantástico y compañía), con la sorprendente habilidad para convertir en buenas a las películas dirigidas por Tim Story y camino de ser considerada como la peor película con sello marvelita jamás concebida. No es que no haya por dónde cogerla, pero no hay por dónde salvarla.
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