Es probable que, quienquiera que se acerque a una obra como es Lío en Broadway (She’s Funny that Way, Peter Bogdanovich, 2014), obtenga una impresión final entre dos opciones: uno, es una película vieja; dos, es un homenaje a otra. Probablemente, los de la primera opción pertenezcan al mismo público que ensalza la continua reutilización de la nostalgia como aparato de venta de los blockbusters recientes (¿acaso tiene otra función cuando viene de una productora anónima y gigante?). Me parece improbable que alguien llegue a disfrutar de Lío en Broadway como una obra separada, ajena al resto de trabajos de su director, Peter Bogdanovich, pues la película no puede evitar estar profundamente unida a este. Los productores son dos de sus pupilos, Wes Anderson y Noah Baumbach, quienes, más el primero que el segundo, absorbieron una sincera nostalgia por obras del pasado e hicieron referencia a esas películas en las suyas una y otra vez. Basta con que veamos las películas recientes de un Anderson que encierra sucesivamente y de forma más evidente los mundos de sus obras en marcos delimitados, personajes/arquetipos y espacios aislados, al igual que ha hecho Bogdanovich en cuanto ha tenido libertad creativa (serie B, screwball y Ford como los tres ejes más pronunciados).
Lío en Broadway es una película que no va a encontrar su sitio en la cartelera: es paradójico que en EE. UU. estuviera poco tiempo en cines para pasar después a distribuirse por vídeo bajo demanda (un ejemplo de cómo pasa el tiempo), y también es irónico que la proyección en salas, algo tan propio del cine al que pretende emular (no homenajear) sea una quimera. Si nos ha llegado ha sido por sus actores y previo cambio del título original por el genérico que ya hemos visto. Como en toda comedia screwball lo importante es dar con una serie de personajes (más o menos corales) que se dejan llevar por sus pasiones frente al raciocinio, encajarlos en un pequeño cosmos para que se crucen y separen y dejar que su verborrea se dispare en todas las direcciones. En esta, Izzy es una joven prostituta que sueña con ser actriz. Un día se presenta a un casting para una obra de teatro y allí reconoce al director, un cliente reciente, un patán aficionado a actuar de caballero blanco con prostitutas a las que da dinero para que comiencen una nueva vida. A su vez, otra compañera de interpretación en la obra es la propia esposa del director, uno de los actores está enamorado de ella y el escritor, también emparejado con una psicóloga, se enamora de la propia Izzy.
Estas historias, y algún personaje más satélite, junto a un hotel y el escenario del teatro parecen suficientes para desarrollar la historia. Bogdanovich sabe bien que para hacer una película encajada en lo que pretende debe atenerse a unas reglas muy concretas, pero lo que aquí ha hecho es una versión estática de las “originales” y hasta de las suyas, solo diálogo y diálogo y apenas movimiento. Solo permite que haya réplica tras réplica y se olvida de cualquier trabajo cinematográfico complejo o que simplemente lo acerque al cine y no al teatro. Por mucho placer que pueda dar el hecho de ver cómo se llevan las tramas y subtramas, se crean conflictos y malentendidos en este primitivo trabajo sin ingenio, vago y sin una idea clara de montaje, impropio de alguien que ha demostrado soltura y maestría. Es justo lo contrario de lo que había hecho hasta el momento y justo lo contrario de lo que se pide.
También es complicado hacer entender al profano el alcance de intimidad que debiera tener para Bogdanovich esos ejes con el pasado de los que hablaba antes, y por esa intimidad compartida los fieles son muy fieles a él y le han echo un regalo: este, su primer largometraje de ficción para cine en más de una década, solo ha sido posible por dos admiradores, como Coppola y Lucas ayudaron a un Akira Kurosawa en horas bajas, que aprovechó y entregó Kagemusha: la sombra del guerrero (Kagemusha, Akira Kurosawa, 1980), una de sus películas clave. Pero también es complicado de entender para el versado cómo puede ser algo tan plano, tan funcional y tan “consumible”, una imagen que intenta parecerse a otra cosa en vez de ser una imagen pura que sea el cine que busca. Es decir, cine puro gastado (o no) frente a una fotocopia gastada, enésimo epílogo que no es ni resumen, solo retroceso. Un precioso regalo que se ha tratado como un encargo.
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