Sales de la sala después de ver ‘Ready player one’ y te sientes como el protagonista de la película: Parzival. La luz de la calle te da en la cara y sabes que estás de vuelta en el mundo real, aunque te gustaría quedarte un rato más en el mundo que ha creado Steven Spielberg. Un mundo lleno de acción y referencias pop que lejos de agotar al espectador, le sumerge en una fantasía única. Este Parzival es en realidad un avatar ficticio de Wade, interpretado por Tye Sheridan, un chico que vive en la miseria más absoluta y huye de ella a través de un juego de realidad virtual al que está enganchada toda la humanidad. Este juego, Oasis, es la realidad alternativa que nos impide ver, y cambiar, el mundo real.
Últimamente las películas de más de dos horas terminan por aburrirme en un sinfín de escenas de acción que se encadenan sin sentido y, sobre todo, sin emoción. Ready player one no es el caso. Es una cinta frenética que desde el primer momento hasta que aparecen los títulos de crédito te mantiene en una tensión constante. En fin… es Spielberg y sabe de qué va el rollo.
La película es la mezcla más perfecta entre videojuego y cine que he visto nunca. Ambos mundos han cruzado sus caminos con menos fortuna de la que nos gustaría pero aquí la mezcla es perfecta. Durante las más de dos horas y veinte minutos de duración he sentido ganas de coger un mando y ser yo el que manejara a los personajes en sus batallas, carreras, explosiones y peleas. En definitiva una cinta sobresaliente en su género, divertida y entretenida pero también emocionante.
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