El mundo ha cambiado a una velocidad asombrosa en los últimos años. La tecnología ha modificado nuestra manera de hacer cualquier tarea: la gente ya no es capaz de trabajar sin un ordenador, salir de casa sin nuestro teléfono es casi inconcebible, Internet es un básico imprescindible para la vida de la mayoría de nosotros, tenemos más relación con amigos que están a kilómetros de distancia que con nuestro vecino…
Estos cambios no se han producido tan solo en la vida civil, obviamente todos estos avances han tenido también un gran impacto en la vida militar y el desarrollo de sus operaciones. Será este el principal argumento que explore Espías desde el cielo (Gavin Hood, 2015): ¿está la tecnología deshumanizando, aún más si cabe, nuestra manera de hacer la guerra? ¿Está la guerra contra el terrorismo dando carta blanca a cualquier acción militar?
Tres gobiernos (el británico, el americano y el keniano) trabajan en equipo para desentrañar una célula de terrorismo islámico, todos ellos implicados desde distintos puntos de vista: los dos primeros trabajan desde la seguridad de la distancia y el último es el que ofrece cobertura a pie de campo. La coronel Katherine Powell (interpretada por una sublime Helen Mirren) ha desarrollado lo que consideraba un plan sin fisuras para capturar una célula terrorista en Nairobi, y las cosas se complican cuando a través del espionaje, llevado a cabo por drones, descubren que estos se están preparando para un futuro ataque suicida. Es a partir de ahí que la misión cambia de categoría y pasa a ser prioritaria la eliminación de los terroristas.
A través de la explotación de escenarios fijos y videoconferencias entre los distintos grupos se exploran las diversas tramas y modos de plantear este problema. La coronel quiere eliminar a las posibles amenazas a cualquier precio, los políticos británicos debaten en círculos las distintas perspectivas del problema: ¿es ético? ¿Es un buen movimiento político? ¿Estaríamos legalmente cubiertos en caso de que algo saliera mal? Al otro lado del globo, el piloto del dron que carga con los misiles necesarios para llevar a cabo la misión se encuentra con otro problema de corte moral, al ser consciente de la posibilidad de tener a una niña como daño colateral resultante del bombardeo. ¿Debe cumplir las órdenes de manera ciega? ¿Negarse y declararse objetor de conciencia?
Los 110 minutos de metraje que dura la película están brillantemente dirigidos por Hood, quien ha sabido exprimir y condensar en ellos el apasionante y estremecedor paisaje en el cual empezamos a navegar militarmente: las guerras de sillón y las batallas llevadas a cabo desde la protección y la distancia que dan los kilómetros y las pantallas. Hood explora múltiples ángulos en este thriller cargado de suspense que critica a su vez a la política de circo que vivimos hoy en día, donde los líderes salen del despacho para participar en eventos ajenos a la ciudadanía o su problemática, donde los escalones más altos de la jerarquía son protagonistas de momentos más propios del mundo del espectáculo que del servicio civil, en vez de ocupar su cargo en el despacho.
En conclusión, podemos afirmar que esta película hace un análisis increíble, explorando todas las tramas y debates morales que van surgiendo a raíz de cada giro argumental en un thriller bélico impresionante, que acaba planteando los nuevos retos éticos a los que nos tendremos que enfrentar en esta nueva manera de hacer guerra con drones.
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