Que el cine de superhéroes se agota es algo que venimos oyendo de un tiempo a esta parte, desde antes incluso de que Marvel pusiera en marcha su universo cinematográfico y mucho antes de que DC le siguiera los pasos. Es curioso que en el panorama actual, con Marvel a punto de empezar su Fase 3, habiendo conseguido por fin (parcialmente) los derechos de Spider-Man y con el descalabro de los estudios rivales en el mismo campo (véase Cuatro Fantásticos) venga ahora Deadpool, una película menor, de un personaje desconocido para el gran público, a plantar cara a los superhéroes y a reírse de ellos en su terreno. Porque, sin duda alguna, Deadpool, a lo tonto, ha venido para sentar un precedente. Pero vayamos por partes.
La película cuenta la historia de Wade Wilson (Ryan Reynolds), un antiguo soldado de las fuerzas especiales reconvertido en mercenario buenazo y con un irreverente sentido del humor. A pesar de su profesión, Wade no busca nada de la vida más allá de usar las dotes que posee para intentar hacer del mundo un lugar menos jodido, al menos hasta que conoce a Vanessa (Morena Baccarin), una stripper con un sentido del humor tan ácido como el suyo con la que de inmediato emprende una relación de sexo, celebraciones festivas y, por supuesto, amor. Sin embargo, la vida de nuestro protagonista pronto se torna en tragedia cuando le diagnostican un cáncer terminal ante el cual no le queda más remedio que presentarse voluntario a un programa experimental que, cosas del destino, acaba desfigurándole rostro y cuerpo, pero también le vuelve prácticamente inmortal. Deforme, indestructible y solo, Wade hará uso de sus nuevas habilidades para encontrar al villano Ajax (Ed Skrein) y obligarle a que le devuelva su guapura dejando a su paso una incontable ristra de cadáveres de esbirros.
Lo manido del contenido de Deadpool, cuyo argumento no va mucho más allá del esquema que ya aventura la sinopsis, queda magistralmente maquillado por una forma que se divide en un 10% violencia, sexo y tacos y en un 90% Ryan Reynolds, porque así es, amigos: el principal impulsor del proyecto y que lleva ya a sus espaldas cuatro adaptaciones de cómic al cine (Blade Trinity, X-Men Orígenes: Lobezno, Linterna verde, R.I.P.D.: Departamento de Policía Mortal) vuelve al que sin duda era un personaje hecho para él, pues Reynolds lleva interpretando al personaje gracioso y terriblemente cargante desde que saltara a la fama, y que vio su ocasión desaprovechada en la fallida cinta en solitario de Lobezno. Tras casi siete años y un paso también fallido por DC, Reynolds se quita la espinita dándolo todo en la piel del mercenario bocazas, un tipo tan letal como carismático que se gana al público con un sentido del humor soez, plagado de chistes malos, humor negro y mucha mala baba, además de por la tan famosa ruptura de la cuarta pared propia del personaje en las viñetas y que se traslada a la pantalla con erótico resultado. La autorreferencia es igualmente otro punto a favor de la cinta, así como la autoparodia a través de coñas hacia el presupuesto de la película, a la anterior adaptación del personaje e incluso al propio actor que lo interpreta. Si los títulos de crédito iniciales ya dibujan la sonrisa en el espectador complaciente, la secuencia postcréditos, que como buena película de superhéroes debe tener, no se queda atrás, lo que convierte a Deadpool en tal vez la película más divertida y disfrutable desde Guardianes de la Galaxia.
Sin embargo, y a pesar de todas estas virtudes, el verdadero enemigo del superhéroe no es el poco carismático villano de la función, sino que el argumento, en última instancia, es más simple que el mecanismo de un chupete, y que cuando la película entra en materia amorosa, o la «trama del interés amoroso», produzca la misma sensación que cuando tu amigo más divertido se echa novia: está ahí, sigue siendo él… pero nada es lo mismo. El problema que llevó a Linterna verde al desastre se evidencia en Deadpool con la grandísima diferencia de que esta vez los implicados se dejan el alma en salvar la función. No solo Ryan Reynolds da lo mejor de sí, sino también el casi primerizo Tim Miller, que salta al largometraje tras haber palpado el género en una pieza animada para Marvel Comics y por el tráiler animado del videojuego DC Universe, se desenvuelve con soltura en las escenas de acción violentas luciendo el escaso presupuesto (para producciones de este tipo) todo lo posible y más. Todos estos factores, unidos a una excelente campaña publicitaria, han logrado que tanto Fox como los estudios rivales fijen su mirada en el mercenario tras haber conseguido no solo recuperar sino triplicar su presupuesto en su primer fin de semana con un factor tan determinante como es la clasificación R (no apta para menores de 18 años por estos lares) y que hasta el momento significaba el suicidio dentro del género (que se lo digan a Punisher 2: Zona de guerra).
Por tanto, el precedente que supone Deadpool es el que hace reflexionar a un género en supuesta crisis sobre lo que realmente le lastraba hasta el momento y que es el espíritu infantiloide que ronda la casa de las ideas o el excesivo dramatismo y épica trascendental del estudio rival. Ha hecho falta un intento a la desesperada por parte de Reynolds de tener su propia franquicia para demostrar a los grandes que quizá lo que canse al público es un más de lo mismo acompañado del correctismo político y los finales felices para todas las edades que imperan en el blockbuster. Quién nos lo iba a decir.
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