La trascendencia en las obras de Shakespeare radica en que no importa en qué época sean interpretadas porque la esencia es atemporal. La conducta humana es un tema de carácter universal: la ira, la codicia, el remordimiento, la locura, el miedo… siempre resultan trascendentes y seguirán atrayendo a los creadores que incluyan entre sus inquietudes mostrar este tipo de cuestiones.
Por este motivo, parece difícil fallar cuando se trata de adaptar una de estas obras, aunque esto puede resultar un arma de doble filo para el director si no afronta la creación de la película con la requerida ambición y aportando una gran dosis de genialidad.
Con Macbeth Justin Kurzel ha optado por mostrar una historia antigua representada con una actitud moderna. Estéticamente resulta una película cargada de contrastes; el vestuario está recreado en la antigüedad, pero se respira un aire contemporáneo en el comportamiento de los actores, generando una sensación de anacronismo que no resulta fallida.
Visualmente es un regalo: escenarios sombríos, abiertos, naturaleza majestuosa y hostil donde el hombre está expuesto a los elementos y a su propia vulnerabilidad. Kurzel nos muestra el campo de batalla como un lugar propicio para el surgimiento de una violencia llena la belleza y fealdad al mismo tiempo, y así lo indica el propio protagonista tras la victoria en la batalla inicial mientras recoge a los caídos.
Los protagonistas, Macbeth (Michael Fassbender), Lady Macbeth (Marion Cotillard) y Banquo (Paddy Considine), son conocedores de su destino y temerlo lo transforma en inevitable: ellos mismos fuerzan la situación para que llegue a suceder; están condenados. Los dramas shakesperianos se caracterizan por llevar al límite a sus personajes torturados por el remordimiento y la consiguiente locura, por tanto es fácil caer en el histrionismo, y para evitarlo el director se ha decantado por un tipo de representación contenida. Esta contención aporta teatralidad y su ritmo lento ayuda a no olvidar que se trata de teatro adaptado al cine. La música de cuerda de la banda sonora tiene una presencia muy intensa durante todo el filme y potencia la sensación de agonía que viven los protagonistas. Resulta fácil intuir que el final no va a ser precisamente alegre.
Macbeth quizá ha sido adaptada al cine en menos ocasiones que otras obras de Shakespeare más conocidas por el saber popular, como Romeo y Julieta o Hamlet, pero tiene como antecedentes las adaptaciones de Welles, Kurosawa y Polanski. Justin Kurzel ha demostrado valor, y aunque esta nueva versión no supera a las anteriores, ha sabido salvar con elegancia su realización.
La película concluye con la presencia del color rojo como símbolo de muerte y los fotogramas del final generan gran impacto visual e inquietud.
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