El corredor del laberinto es el nombre de la trilogía escrita por James Dashner y, reciente y progresivamente, adaptada al cine en tres películas del mismo nombre. Tras una primera entrega estrenada por estas mismas fechas el año pasado y que vieron más de 500.000 espectadores en España, ahora se estrena El corredor del laberinto: Las pruebas (Wes Ball, 2015), repitiendo el título del segundo libro de la saga. En esta secuela nos reencontramos con los clarianos, recién rescatados del laberinto, mientras intentan averiguar cómo funciona su nuevo hogar. Pronto descubrirán que no todo es lo que parece y tendrán que enfrentarse a peligros inimaginables en un paisaje postapocalíptico.
La adaptación de la primera parte de la saga fue bastante libre y es el caso también de esta segunda. Las pruebas, nombradas en el título, pasan a perder todo significado y sentido, dado que no aparecen más que nombradas de refilón, y ambas historias pueden considerarse simplemente sucesos en mundos paralelos protagonizados por los mismos personajes. Sí hay que destacar que la escenografía, todos los paisajes, los edificios y la estética son tan cuidados y fieles que llegas a plantearte si ya los habías visto en el libro. Es sin embargo un error cómo se pierde la violencia y frialdad de CRUEL, mucho más patente en la historia original y que aquí queda relegada a villano de segunda, superada por un grupo de adolescentes.
Lo que sí cambia, o más bien se amplia, son los actores y es de agradecer. Los clarianos se mantienen; Thomas Brodie-Sangster (Newt en la película), famoso por aparentar siempre mucha menos edad de la que tiene, curiosamente parece envejecer lo justo para que nos demos cuenta de que ha pasado un año desde la última película y Dylan O’Brien (Thomas) hace su papel sin mayor relevancia. Los nuevos personajes adolescentes aportan poco o nada a la historia, pero en cambio sí que hay algo que destaca, y no son los ojazos ni la interpretación de Kaya Scodelario (Teresa) con su mismo papel insípido y casi prescindible de la primera película, sino esos nuevos actores adultos añadidos para los papeles más importantes de entre los nuevos. Añadir al mismísimo Meñique de Juego de Tronos (Aidan Gillen) y al mismisísimo Gus de Breaking Bad (Giancarlo Espósito) es un éxito rotundo para el par de personajes misteriosos a los que interpretan cada uno, y que consiguen que no sepas en quién confiar.
La acción y la intriga de la película funcionan sin problema, nos mantienen interesados durante las dos horas de metraje, aunque no hay ese factor sorpresa que tenía la primera parte. Los guiños a su predecesora se suceden con éxito, la escena de la fila en lo alto de la duna, quizá demasiado forzada, queda muy bonita en los carteles y estéticamente correcta en la gran pantalla y los zombis… digo… infectados te dan ganas de huir de ellos a pesar de tenerlos un poco vistos en todas partes. Quizá lo más criticable, ya que es improbable que fuera la intención de los guionistas, es el modo en que terminamos planteándonos si, en el fondo, CRUEL no será buena.
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas (excepto en El Padrino II o El imperio contraataca −y añada aquí usted mismo la segunda parte que le gusta−) pero hay que decir que esta es una digna. En ningún caso deja con la sensación en los labios de relleno ni de «película de transición» porque pasan muchas cosas y muy relevantes. A quien le gustara la primera película, le gustará también esta.
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